¿Cómo se moldea la opinión pública?
- Prof. Denis Astelar
- 25 jul
- 5 Min. de lectura

La mayoría de la gente cree que su opinión es propia, nacida de un razonamiento racional y libre. Nos repetimos convencidos que nadie nos manipula, que pensamos por nuestra cuenta. Pero la realidad es más incómoda: muchas de las ideas que consideramos “nuestras” han sido influenciadas —incluso implantadas— sin que lo percibamos.
Gobiernos, medios de comunicación, corporaciones, escuelas y religiones cuentan con estrategias sutiles pero poderosas para moldear la opinión pública a su favor.
Algunas de las técnicas más comunes que utilizan para lograr que aceptemos ciertos discursos como verdades incuestionables son:
Repetición constante: la familiaridad convence
Una mentira repetida mil veces se convierte en verdad, dice el viejo refrán. Y no le falta razón: la repetición constante de una idea acaba por desgastar nuestra resistencia y atrofiar nuestro sentido común. Escuchar el mismo mensaje una y otra vez crea una sensación de familiaridad, y la familiaridad se confunde con veracidad, una técnica muy utilizada en la publicidad televisiva, por ejemplo. En otras palabras, una idea repetida continuamente —aunque sea falsa o imprecisa— termina siendo aceptada por pura inercia mental.
Los expertos en publicidad saben que, bombardeando al público con eslóganes, cifras o consignas, estas se instalan en el subconsciente colectivo. Al final, frases hechas y conceptos simplificados surgen en la conversación diaria como si hubieran nacido espontáneamente, cuando en realidad fueron introducidos deliberadamente. Esta técnica busca que la gente asimile ciertos “hechos” sin cuestionarlos, simplemente porque los ha oído hasta el cansancio.
El poder de las palabras
No importa solo qué se dice, sino cómo se dice. Quien controla el entorno y el lenguaje con que se presenta una información, controla en gran medida cómo la percibirá el público. Por ejemplo, no es lo mismo hablar de “reforma sanitaria” que de “pérdida de derechos sanitarios”. Una palabra positiva como reforma sugiere mejora y progreso, mientras que pérdida de derechos evoca alarma y rechazo. Cambiando las palabras, se cambia la emoción que acompaña a la idea.
Esta estrategia consiste en manipular el contexto y los términos para influir en nuestras reacciones. Los medios y portavoces emplean eufemismos, tecnicismos o expresiones cuidadosamente escogidas para inclinar la opinión a su favor. Si logran transmitir el mensaje en sus términos, ya han ganado la mitad de la batalla: encuadran el debate dentro de límites favorables a sus intereses. Así, el público discute dentro del límite prefijado sin darse cuenta de que las cartas estuvieron marcadas desde el principio.
Figuras de autoridad y celebridades
Otra táctica eficaz es envolver el mensaje con la voz de figuras de autoridad o celebridades. Cuando una idea viene respaldada por un experto que todo el mundo conoce, un líder respetado o un famoso querido por la gente, nuestras defensas bajan. Damos por hecho que “si lo dice esa persona, debe ser cierto”. Es un atajo mental: transferimos la confianza o admiración que sentimos por la figura a la información que nos está entregando. Aunque el producto anunciado no tenga nada que ver con la trayectoria del famoso que lo divulga, la mente transfiere el respeto y admiración del personaje al producto en cuestión. Bajo esas premisas, podemos ver deportistas de élite que son campeones del mundo anunciando tarjetas de crédito que hundirán todavía más la débil situación de aquellos que caen en la trampa o a famosos cocineros que siempre han defendido los alimentos naturales anunciando productos envasados o alterados con químicos.
Gobiernos y empresas lo saben bien. Por eso vemos campañas públicas protagonizadas por actores populares, artistas idolatrados o “especialistas” con bata blanca que nos hablan desde la radio, la prensa y la televisión. El truco es que prestamos menos atención al contenido y bajamos la guardia crítica, embelesados por la autoridad o el carisma del mensajero. En vez de cuestionar el mensaje, lo aceptamos por la confianza que nos inspira quien lo anuncia.
Cuando el sentimiento supera a la lógica
Los hechos y la lógica pasan a segundo plano cuando nos tocan el corazón o la sensibilidad. Las narrativas emocionales explotan nuestros miedos, empatía o frustraciones para influir sobre nuestra opinión. Si un mensaje logra asustarnos, conmovernos profundamente o enfurecernos, es muy probable que dejemos de lado el análisis racional y nos dejemos llevar por la reacción visceral más primitiva.
Esta técnica se ve a diario: noticias que resaltan solo los aspectos más aterradores de un suceso para sembrar miedo; historias lacrimógenas diseñadas para hacernos apoyar cierta causa sin preguntar detalles; discursos incendiarios que demonizan a un grupo para despertar nuestra ira. El objetivo es claro: anular el pensamiento crítico a través de la emoción. Cuando estamos asustados o indignados, es más fácil manipularnos porque reaccionamos impulsivamente. Una ciudadanía emocionalmente manipulada es una ciudadanía dócil, lista para aceptar las soluciones que le propongan quienes generaron la historia emotiva en primer lugar.
Es común que te regalen el miedo para luego venderte la seguridad…
Dividir para vencer
Otra estrategia clásica de manipulación es polarizar a la sociedad, dividiéndola en bandos opuestos irreconciliables. Se plantea cada asunto en términos extremos de blanco o negro: o estás conmigo o estás contra mí. Este esquema de “buenos” contra “malos” elimina los matices y ahoga cualquier debate racional. En un clima polarizado, pensar críticamente se vuelve casi un acto de traición, porque cada individuo se siente obligado a alinearse ciegamente con “su” lado.
La polarización va de la mano de la simplificación excesiva de temas complejos. Si todo se reduce a consignas básicas y etiquetas (izquierda/derecha, patriotas/traidores, creyentes/ateos, veganos/carnívoros, etc.), las personas terminan discutiendo pasionalmente por lemas en lugar de analizar las múltiples opciones de la realidad. Además, esta división intencional sirve a los de arriba: divide y vencerás. Mientras el público se enfrenta entre sí en debates estériles y extremos, quienes mueven los hilos logran que nadie les cuestione a ellos. Se extingue el pensamiento crítico colectivo, sustituido por un choque más propio de un fanatismo deportivo que de un diálogo democrático.

Conclusión
Nada de lo anterior es teoría conspirativa sin fundamento, sino prácticas reales que se han empleado una y otra vez en la historia y también en la actualidad. Quien me conoce sabe muy bien que no soy alguien dado a las conspiraciones ni a las historias para no dormir. Me gusta tener las alas muy arriba y los pies en el suelo y eso solo se logra con información, conocimiento, sabiduría, veracidad, sentido común y discernimiento (la capacidad más olvidada de todas). La opinión pública que creemos genuina y espontánea suele ser en gran parte un producto fabricado. Detrás de cada idea que “todo el mundo sabe” o “todo el mundo dice”, suele haber una maquinaria trabajando para instalarla en la mente colectiva.
Ante el “divide y vencerás” siempre nos quedará “la unión hace la fuerza”.
Es importante despertar de esa realidad teatral: los grandes medios, la televisión y muchas plataformas informativas en internet y redes sociales no existen para informar neutralmente, sino para moldear lo que pensamos y cómo actuamos. Sus contenidos nos guían hacia determinadas creencias y comportamientos que convienen a quienes los emiten. En otras palabras, la opinión pública no surge sola: es cultivada, dirigida y dosificada para servir a intereses ajenos a la gente común. Estar alerta a estas técnicas es el primer paso para recuperar la autonomía de nuestro criterio y pensar por nosotros mismos en lugar de como nos dictan.
Prof. Denis Astelar
Desarrollo Humano
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