top of page
Fondo.jpg
CabeceraFacebook.jpg
1.Estaciones del adiós_Denis Astelar
00:00 / 03:17

Capítulo 1 – LA CITA 

 

«No hay guerra entre Luz y Oscuridad. Solo hay un acuerdo eterno que ambos siguen cumpliendo para despertar a los dormidos.»
— Fragmento del Libro del Equilibrio

 

Nadie mira dos veces un callejón oscuro, sobre todo en una ciudad como Nueva York, donde la vida parece engullir los pasos de millones de personas que avanzan con prisa hacia ninguna parte. Los callejones son como rincones olvidados del mundo, lugares que parecen servir de escenario donde todo lo indeseable se esconde con la complicidad de la oscuridad: basura, humedad y crímenes... Y, a veces, encuentros que no parecen fortuitos.

El callejón era estrecho, húmedo y sucio. Las paredes estaban cubiertas de grafitis caóticos y con poco estilo, cicatrices de una ciudad que respiraba entre la reivindicación y el desespero. Un gato escuálido yacía tumbado sobre la tapa de un contenedor de basura, siendo el único testigo del suceso sobrenatural. La noche no tenía estrellas, solo el parpadeo de una farola vieja que parecía pelear por mantenerse encendida.

De repente, algo perturbó la física natural del lugar.

Primero, un ruido suave, casi imperceptible. Como si la electricidad estática se hubiera concentrado en un punto muy pequeño. Luego, un silencio denso, profundo, de presencia total.

En el extremo derecho del callejón, bajo una escalera de emergencia, una figura luminosa emergió, no desde el suelo ni desde el cielo, sino desde el Tejido mismo de la realidad, una red invisible que conecta todos los acontecimientos, seres y planos de existencia. Su presencia irradiaba una calma majestuosa, casi celestial. De cabello dorado, largo y ondulado como rayos de sol, su rostro era sereno y fuerte, marcado por una nobleza que inspiraba amor. Sus ojos, encendidos con un resplandor amarillo sobrenatural, no miraban hacia afuera, sino hacia dentro, como si contemplaran los secretos del alma y los misterios de la Fuente. Llevaba una túnica clara, luminosa, con un símbolo solar resplandeciente en el pecho que pulsaba con energía divina. Era la representación viviente de la sabiduría, la esperanza y la compasión. Su energía no generaba temor, sino fascinación, como la promesa del amanecer tras la noche más larga.

Uriel había llegado.

Con él, el decorado del callejón parecía cambiar por momentos. El espacio que lo rodeaba aportaba una claridad nacida de su energía. Todo a su alrededor parecía recibir una mejor versión de sí mismo: el agua sucia parecía menos turbia, el faro que parpadeaba se mantenía encendido.

Del otro extremo, sin aviso, como una grieta invisible que se abre paso, surgió otra figura.

Parecía la oscuridad haciendo acto de presencia, como una sombra con su propia forma.

Lucifer no tocaba el suelo, flotaba.

Su piel era oscura como el abismo y su silueta, envuelta en una capa negra, emanaba poder contenido y una profundidad sin fondo. Los cuernos curvados que coronaban su cabeza le daban una apariencia demoníaca, pero su postura era solemne, digna. Sus ojos, de un rojo incandescente, brillaban como carbones encendidos, reflejando una ira antigua y una tristeza que solo los condenados comprendían. No era maldad lo que vibraba en él, sino una densidad emocional compleja: dolor, exilio, justicia corrompida.

Sus bordes eran inestables, como humo atrapado en una forma humana. Por donde pasaba, la suciedad parecía volverse más real, más viva, más honesta. No transmitía miedo, pero sí dolor sin maquillar.

Sus identidades y energía claramente no eran de naturaleza humana. Eran seres místicos, vibraciones que los humanos habían dejado impresas desde la prehistoria hasta nuestros días, sobreviviendo en la psique de la humanidad y en los legados de las ciencias ocultas y los credos paganos.

—Hacía mucho tiempo que no visitábamos esta realidad—dijo Lucifer, con una voz que se transmitía como ondas en el aire.

—La ausencia también enseña—respondió Uriel, sin reproche.

—¿Y qué ha aprendido la humanidad en todo este tiempo de quietud?—preguntó Lucifer, repasando con la mirada las paredes pintadas, los cristales rotos y tocando con sus manos negras la suciedad del entorno—. A tener miedo. A fingir amor. A sobrevivir con los ojos cerrados y perder el tiempo que le ofrecen los días.

—Han aprendido a elegir—dijo Uriel, suavemente refiriéndose a los seres humanos—. Aunque sus vidas se compongan de miseria, desesperación o rutina, siempre acaban superándose. Caen mil veces, pero en sus fracasos al final encuentran grandes lecciones.

Lucifer sonrió de forma sarcástica.

—Tú siempre tan misericordioso, hermano. La mayoría de seres humanos no quieren elegir, quieren ser guiados, como un rebaño esperando a su perro pastor. Se han acostumbrado a que decidan por ellos. Gobiernos, doctrinas, grietas. ¿Qué haces con un alma que entrega su poder y decide no hacer nada por sí misma?

—La esperas. La orientas. La amas. Sin juicio. Sin forzarla. Con paciencia. Porque incluso bajo esa postura han elegido. Si no hay elección, no hay despertar. Y sin despertar, no hay trascendencia.

La Fuente es el principio absoluto, el origen de toda conciencia. No se puede ver ni comprender en su totalidad, pero todo lo que vive brota de ella, y a ella retorna. Luz, oscuridad, forma y espíritu: todo nace en la Fuente. Ella tiene un plan para todo, para todos, formando parte de un Pacto Divino.

Lucifer dio unos pasos mientras levitaba, saliendo de las sombras que lo encubrían. Su figura quedó al descubierto con total claridad. Acercando su rostro al de Uriel, dejó una distancia suficiente para evitar un desafío frontal, pero creando un momento de tensión.

—Entonces te propongo algo.

Uriel lo miró, sin sorpresa.

—¿Otro de tus juegos?

—Una competición—corrigió Lucifer, con voz camuflada de dulzura—. Tú desde la virtud, el amor y la compasión. Yo desde el conflicto, el dolor y la herida. Cada uno elige un humano, alguien que desee crecer de verdad y cuya energía nos sea entregada voluntariamente. Nos fusionaremos con ellos como una semilla en tierra fértil. Y dejaremos que crezcan. Que vivan. Que decidan sus caminos para descubrir hasta dónde son capaces de llegar.

Uriel se elevó con sutil elegancia, deslizándose en el aire hasta alcanzar el tejado del edificio, contemplando el horizonte de luces de la ciudad. Llenó sus pulmones como si el aire hubiera sido respirado por primera vez y cerró sus ojos para sentir el momento. Lejos, una ambulancia resonaba con urgencia. Se escuchaba el llanto desconsolado de un bebé en una de las ventanas del edificio. Una pareja discutía en la calle contigua. Todos eran piezas de un mismo plan, pero aparentemente parecían independientes, sin relación alguna.

—Lucifer, sabes perfectamente que ambos trabajamos para la misma Fuente, ¿qué se supone que puedes ganar o perder en esta competición?—le preguntó Uriel.

—Nada—respondió Lucifer con una carcajada—. O todo.

Ambos sabían que el verdadero juego no era entre ellos.

Detrás de cada movimiento, el Tribunal Cósmico lo supervisaba todo en silencio.

Una conciencia colectiva de seres superiores encargados de manifestar y equilibrar las decisiones que afectan al Tejido universal.

No castiga por moral, sino que interviene cuando la armonía entre planos está en peligro por la falta de lecciones aprendidas.

Sus dictámenes no siguen leyes humanas, sino principios eternos que aseguran la evolución hacia el Equilibrio.

Y rara vez se manifiestan de forma visible: lo hacen en forma de sufrimientos inevitables, de ciclos que no se rompen hasta que la verdad interna es aceptada.

—Si es cierto lo que dices—continuó Lucifer—, la humanidad decidirá qué camino elige para aprender. Y nosotros, simplemente, sumaremos a nuestras filas a aquellos que decidan tu camino o el mío como vía para evolucionar. Los que escojan el amor, quedarán bajo tu cargo. Aquellos que elijan el sufrimiento como modo de aprendizaje, quedarán bajo mi custodia.

Uriel asintió dando su aprobación al trato.

—Entonces adelante, veamos qué destino le aguarda a la humanidad.

Ambos se miraron en silencio. La luz cálida que emanaba del rostro de Uriel chocaba con la sombra densa que envolvía a Lucifer, sin embargo, entre ellos no se respiraba rivalidad alguna. Solo una comprensión tácita de lo inevitable.

Uriel extendió el brazo con firmeza, descubriendo su antebrazo cubierto por un brazal protector de líneas doradas con su sello angélico. Su gesto no era de superioridad ni de condescendencia, sino de reconocimiento.

Lucifer, sin dudarlo ni un instante, hizo lo mismo. Su piel oscura contrastaba con el metal opaco que rodeaba su muñeca con su propio sello: una banda antigua, erosionada por el tiempo, marcada con varios símbolos demoníacos.

Cuando sus manos se encontraron, no fue con un apretón tradicional, sino con el gesto ancestral de los antiguos guerreros: un cruce de antebrazos. Cada uno sujetó el brazo del otro con firmeza, justo debajo del codo, en un acto que sellaba un Pacto Divino.

Fue un acuerdo silencioso, sellado sin palabras, en el que ambos ofrecían su poder y parte de su propia esencia. Era una alianza más allá del bien y del mal, más allá del juicio humano. Era la vía que sostenía el Principio de los Principios: el Equilibrio mismo del Tejido. El que sostiene la danza eterna entre Luz y Oscuridad, sabiduría e ignorancia, amor y miedo.

No es una neutralidad pasiva, sino una inteligencia viva que garantiza que toda fuerza tenga su contrapeso.

El Equilibrio no busca eliminar el bien o el mal, sino integrarlos, comprenderlos, reconducirlos.

Y cuando es alterado, el Tejido se resiente y el Tribunal Cósmico se moviliza.

El fulgor dorado de Uriel se filtró entre sus dedos, mientras la oscuridad de Lucifer trepaba como humo en espiral por el brazo contrario. Por un instante, la luz no cegaba, y la sombra no devoraba. Se entendieron, dando por iniciada la competición.

En el cielo, las nubes ocultaron momentáneamente la luna llena. Una onda de energía recorrió el mundo, y todos los habitantes del planeta fueron capaces de percibir el escalofrío. Una vibración sutil, apenas perceptible, se expandió como un pulso invisible a través de la ciudad para buscar a aquellos que la Fuente había elegido para cumplir con sus elevadas aspiraciones.

Dos seres humanos fueron elegidos esa noche. No lo sabían todavía, pero, entre sueños, ya fueron capaces de profetizarlo.

La cita había terminado. Esos seres místicos que hasta entonces habían permanecido ocultos, supervisando la existencia desde la invisibilidad, se desvanecieron rumbo a sus nuevos aliados.

El velo entre lo posible y lo imposible, entre lo real y lo imaginario, empezaba a rasgarse. Esta vez, no buscaba ocultarse.

Esta vez… quería testigos.

Amazon.png
Titulo_edited.png
SelloUriel2_edited.png
SelloAmon2_edited.png
Fondo.jpg

Este es el sitio web oficial sobre Denis Astelar, fuente de información sobre su agenda, programas, cursos online y consultas privadas.

Todos los derechos reservados.   Academia Hermes © 2015

Términos y condiciones - Aviso legal y cookies.

bottom of page